domingo, 6 de septiembre de 2009

A orillas del Leteo

Estos personajes están vivos, aunque sea virtualmente. Ninguno de ellos sabe qué va a pasar, dónde está y cómo acabará. Todos perdieron la memoria, lo curioso es que todos la perdieron a la vez



DÍA CERO

El comedor del Manhattan restaurant estaba desierto. Las mesas impecablemente preparadas y los armarios repletos de vajillas y relucientes cubiertos, aguardaban en silencio como lo hacían siempre; hasta que el reloj de la pared marcaba más de la una y media. Hora en que el silencio se evaporaba como una fría niebla que abandona los valles y desaparece sin dejar rastro.

Tras de la barra, Edgard, limpiaba la cafetera con un paño de algodón. Estaba a punto de recibir a un extraño grupo de clientes desconocidos cuyas vidas formaban parte de un misterio. Un enigma que les condujo desde distintos lugares, hasta el punto de encuentro en el Manhattan restaurant. Edgar abrió un cajón y echó una ojeada al sobre repleto de billetes; luego miró el reloj, cogió el teléfono, marcó un número y dijo:

-Es la hora…-




SEIS MESES ANTES…







ULISES

El susurro incesante del mar resonaba en mis oídos. Abrí los ojos y vi el cielo limpio de nubes, allá donde la vista me alcanzaba. Fue extraño ver mis propias manos bajo aquel fondo azul y sentir que acababa de salir de la nada, del vacío. Sin recuerdos, salvo los que más tarde conducirían mis instintos y me permitirían hablar y desenvolverme con aparente naturalidad.

Aun estaba tendido bocarriba, en la arena, tratando de empujar unos recuerdos que no llegaban, y me hice dos grandes preguntas: ¿Quién era? Y ¿Dónde estaba…?

Levanté la cabeza y sólo hallé el horizonte, mirándome sobre el mar, y la espuma blanca deshaciéndose una y otra vez en la orilla de la playa. Tenía sal en los labios y estaba aturdido como si un largo sueño me hubiese engullido y borrado finalmente de la vida. De mi vida.

Pero estaba ahí, vestido con unos vaqueros y una camisa blanca. Descalzo, sediento…Vacío, como un lago seco.

A mi espalda, sobre la arena, hallé unos zapatos y un libro. No había un alma en la playa, salvo la mía, si es que tiene alma alguien que casi ni existe. Quizá tenga algún documento, alguna fotografía —me dije—, y rebusqué en los bolsillos, en los zapatos y hasta en la misma arena. Pero no encontré algo que me dijese quién era. Entonces cogí el libro e hice correr las páginas entre mis dedos varias veces, hasta que encontré una pequeña nota doblada al final de un capitulo. En ella había un nombre escrito a mano, con tinta negra: Ulises.

Dos semanas después en casa de Sofía apenas pronunciaba unas palabras en italiano, con mi español que debía ser lengua materna. Debía, porque aun no recordaba mi procedencia ni mucho menos mi identidad. Sofía me encontró dando tumbos cerca del puerto; desorientado. Insistía en hacerse entender a toda costa hablando casi a gritos, y a toda prisa, gesticulando y empujándome hasta conducirme al hostal que regentaba. Era una mujer de armas tomar, y debí caerle en gracia, pues me adoptó, como a un perrito perdido.

¿Qué puede hacer alguien que surge de la nada en un pequeño pueblo del sur de Italia, y ni siquiera habla italiano?

Le conté a Sofía el escueto guión de mi corta existencia desde que desperté en la playa. Y ella desplegó una amplia sonrisa y me golpeó en la cabeza dando por falsa mi insólita historia. Sofía no hablaba una palabra en español, pero no le hacía falta para entender lo que yo decía. Era avispada e inteligente así que tuve que improvisar con precisión para inventarme una vida que se ajustase a un final en la costa italiana.

Desde que hallé la nota en el libro asumí que debía encontrarme comenzando una vida, a golpe de instinto, y éste me invitó a adoptar el nombre de Ulises; hasta que algún día encontrase el que tenía. Sofía ladeó la cabeza y me observó arqueando las cejas y posando en los míos sus hermosos ojos celestes.

— ¿Ulises…?—dijo en voz baja.

Ese día el pequeño remanso estable de mi renacer se tambaleó y destruyó sus cimientos. Sofía se agarró el delantal al escuchar mi nombre, y retrocedió un par de pasos. Después se afanó en encontrar un calendario y volvió a mirarme con una expresión nueva.

La seguí, sin que lo advirtiera, hasta la habitación contigua y escuché como hablaba por teléfono con la voz agitada. Apenas entendí lo que decía, pero parecía nerviosa y entonces dijo algo acerca de un dinero y un hombre que debía llegar. Después, la oí decir Ulises.





SAT NAM

Nací sentado en una silla frente a un espejo. Nunca olvidaré ese momento. Mi primer recuerdo.

Abrí los ojos y lo primero que vi fue mi reflejo. Mi mirada no revelaba nada y una sensación de incertidumbre llenaba los vacíos de mi mente. Era como mirar a un desconocido. Aunque sabía que era yo.

Seguidamente un bombardeo de preguntas: ¿quién soy?, ¿Dónde estoy?, ¿Cómo me llamo? Estaba claro que algo había pasado pues en el espejo me vi adulto, con unos 35 años aproximadamente, y que todas mis funciones parecían estar bien, sin embargo no tenía recuerdos sobre mi persona.

Cuando miré a mí alrededor me vi en una habitación donde había de todo: una pequeña cocina, una cama, un armario, un comedor… Todo en la misma habitación. Me di cuenta de que había una bandeja con unas tostadas casi recién hechas, también había café, mantequilla y algunos embutidos. Si de algo estaba seguro es de que tenía hambre, y disfruté del delicioso manjar como si fuera un niño. Recuerdo que pensé que unos sabores como estos no se pueden olvidar, aunque el característico aroma del café no supo traerme ningún recuerdo.

Vestido con ropa cómoda y un batín de estar por casa, empecé a registrar el lugar en busca de alguna pista, miré por todos lados, incluso comprobé qué tipo de libros habían con la esperanza de conocer mis gustos, intereses, trabajo o cualquier cosa que me identificara. Pero no, todos eran clásicos, lo que me hizo pensar que esta podría ser la casa de cualquiera.

En un gesto de desesperación noté que tenía algo en el bolsillo. Era una carta que decía “ve al restaurante Manhattan en la fecha indicada”. Busqué un calendario y lo encontré encima de la mesa. En él había señaladas dos fechas. En una decía: “Hoy” y en la otra especificaba que era la fecha de la carta. Había seis meses de diferencia.

Por fin un respiro, algo que quizá me podía aclarar quién soy. Poco duró mi bienestar ya que la impaciencia se sumó a mis emociones al recordar que faltaban seis meses. En ese momento solo cabía una pregunta: ¿Qué hago mientras tanto?





YEMAYÁ


Calma. Huele a pan recién horneado. Qué serán esos gritos… son estudiantes. Tengo mucha sed. Esta luz, debe ser temprano, taquicardia.
Debe haber una escuela cerca. Ha llovido hace poco, el olor del pan se mezcla con el olor a tierra mojada, caen algunas gotas de agua de los árboles, de mi pelo también, el agua debe haberme despertado.
No sé si me voy a poder levantar de este banco, perdone ¿dónde puedo comprar agua?
- Al volver la esquina hay un quiosco.
- Gracias.
El bolso. Pañuelos, un monedero. Pesos, llevo pesos. Tranquila. Agua, voy a comprar agua, tiene que haber algún carnet aquí dentro, un pasaporte…
-Una botella de agua por favor, deme el diario también.
- su agua y su Granma. Son 90 centavos.
El Granma, el agua es Ciego Montero… Estoy en Cuba.

Así desperté. Sin recuerdos, sin pistas sobre mí misma, sin añoranza. Cuando la mente solo sabe que existe, el mundo es una gran amenaza. Loca o cuerda, estaba sola.
Deduje que mi procedencia no era cubana, o bien lo era pero debí estar fuera un tiempo indeterminado ya que mi acento es hispano. No tengo pasaporte, ni identidad, no sé si tengo familia o amigos, lo único que reconozco es lo que he visto desde el día que desperté en el banco.
Nada me resulta familiar ni extraño. No sé dónde buscar ayuda, ni para qué.
Cuando conocí a Yumiley le pedí algo de pan para comer y le pregunté en qué año estábamos. Pensó que estaba desorientada, aunque aun soy joven para sufrir Alzhéimer. Debo tener entre 45 y 55 años. No lo sé. Yumiley me acogió en su casa. Yo contribuía con 300 pesos al mes. En mi bolso había 1500 pesos.
Yumiley tiene un nieto de 6 años, Eduardito, al que le encanta leer y resolver puzles. Me gusta estar con él porque solo hace preguntas útiles. Es muy listo.
Durante estos dos meses, no he hablado con casi nadie más. Yumiley no tiene marido porque murió hace años igual que los padres de Eduardito, -un accidente de tráfico- me dijo.
Es una mujer de carácter fuerte pero es amable.
Los vecinos se preguntaban de dónde había salido, supongo que un misterio así no puede andar desnudo mucho tiempo, por eso fue creciendo el rumor entre los más místicos de que me trajo el mar. Como consecuencia Eduardito empezó a llamarme la nueva Yemayá, diosa del mar según los creyentes.
Lo hice mío enseguida. No sé si me trajo el mar, pero me sentí muy bien al tener un nombre, me sentí Yemayá, y también nueva.
Con Eduardito todo era fácil, él me preguntaba por cosas que yo sé aunque no sé por qué las sé y le contestaba. Yo le preguntaba acerca de cuba, de su abuela, de su corta vida y él respondía con una increíble madurez.
-¿Te deja salir solo a la calle tu abuela, Eduardito?
-Depende. Antes nunca tuve problemas para salir, pero ahora no me deja ir solo, ni hablar con nadie sin que ella lo sepa.-
-¿Y antes te dejaba? ¿Por qué ahora no?
-No lo sé. Pero creo que es por culpa del señor de la carta-
-¿Qué señor?
-Uno que le dio una carta a la abuela Yumiley unos días antes de que llegarás tú-
- ¿y por qué crees que ese señor tiene la culpa?
-Porque la abuela Yumiley me dijo: “Si vuelves a ver a ese señor no le digas nada. Te vuelves para casa. Y nada de andar solo por la calle”.
En ese momento no le di mucha importancia a lo que me contó Eduardito y seguí confiando en Yumiley… hasta que me dio el sobre. Le pregunté de dónde lo había sacado, por qué sabía que era para mí, le pregunté qué sabía de mi pasado… Pero lo único que me dijo fue que tenía que irme y que no le hiciera más preguntas.



Sofía

Sofía había recibido instrucciones; un hombre llegaría a su hostal, y ella debía entregarle una misteriosa carta antes de que partiera. La clave para reconocerlo sería Ulises. De un modo u otro aquel hombre no podía marcharse sin recibir aquella carta. Según la llamada Ulises iba a ser conducido hasta el hostal por una persona que Sofía no llegaría a ver, alguien, que se haría pasar por un vecino del pueblo. Pero Sofía se adelantó, por casualidad, sin saberlo; vio a un hombre de aspecto afable y desorientado vagando sólo por el puerto, y pensó que era un marinero sin trabajo venido en algún pesquero de los muchos que visitaban aquellas aguas. Se parecía tanto a Antonino… Desde que su marido murió Sofía apenas se ganaba la vida regentando un hostal solitario, tenía familia en Sicilia, pero cuando conoció a Antonino las cosas no anduvieron bien y tuvo que dejarlo todo para establecerse en otro lugar. Las deudas de su marido dejaron secuela y Sofía recibía llamadas de la mafia para esconder a personas en su hostal. Pensó que ésta era una de aquellas esporádicas llamadas.

Dijeron que lo harían llegar al hostal, y le indicaron también el lugar en concreto donde encontraría un sobre con el dinero y una carta. Tan sólo tenía que seguir las instrucciones sin hacer preguntas. Ya había sucedido tantas veces que Sofía lo encontraba de lo más normal, el tipo aparecía y ya está. Luego se iba, o lo recogían, o simplemente no regresaba. En la llamada también le comunicaron el día en que aquel hombre iba a aparecer, todo parecía estar muy bien planeado; pero no fue así.

Aquella mañana Sofía sintió deseos de pasear por el puerto. Se despertó triste, presa de una incómoda nostalgia. Cogió una fotografía de Antonino y se la llevó al pecho con un suspiro mudo. Luego salió del hostal, y caminó hacia la playa.

Junto a las pequeñas naves de pesca vio a un hombre descalzo, un desconocido de unos cuarenta años, de cabellos oscuros, algo canosos, que sujetaba un libro y unos zapatos. Cuando se volvió hacia ella Sofía se estremeció; tenía un parecido extremo con Antonino. Pero no se trataba de él, aunque por un momento imaginó que así era. Antonino llevaba muerto más de diez años y aquel hombre era extranjero, quizá un pescador en tierra firme y sin trabajo.

Durante dos semanas, aquel desconocido que hablaba español se alojó gratuitamente en el hostal por algo más que la simple cortesía de Sofía. Cada vez que lo miraba ésta veía de nuevo a Antonino, estaba tan fuera de sí, que olvidó por completo que Ulises debía haber sido conducido hasta ella.

Pero su extraño huésped un día dejó escapar de sus labios extranjeros un nombre que ella no hubiese deseado escuchar:

-Ulises— dijo el español— Mi nombre es Ulises…

Sofía cogió el teléfono y marcó el número que le dieron después de comprobar el calendario. La mafia ya debería haber traído a Ulises. Se negaba a creer que su Antonino venido del mar, fuese el hombre esperado. La voz tras el teléfono confirmó sus temores. Debía darle la carta. Entonces Sofía se dio cuenta de que el procedimiento de la mafia había sido distinto; hasta el lugar donde recogió el dinero era otro. El acento de aquella voz telefónica…no…no era italiano.

Si no se trataba de la mafia ¿de quién entonces…?

Sofía le dio la carta a Ulises y la mitad del dinero que recibió por anticipado como pago de aquel trabajo. Después le hizo entender que debía marcharse. Ulises no entendía lo que estaba sucediendo, hizo preguntas a Sofía acerca de la carta y de la llamada, pero ella se negó a contestar. Ulises insistió en que debía saber qué estaba sucediendo ¿Quién soy?—le gritó en español—y la sujetó por los hombros zarandeándola para que contestase. Sofía se retiró hasta alcanzar el cajón de un armario y sacó una pistola. Ulises se quedó de piedra. Aquella mujer de negro le apuntaba con la frialdad de alguien que no empuña un arma por primera vez.




IAGO

Un zumbido agudo vibraba incesante y aturdía mis sentidos. Como una línea recta en la grafica de las vitales de una sala de quirófano. La niebla espesa que vagaba por mi mente no parecía dejar paso a la conciencia, a despertar. Una convulsión me sacó de este trance, y cada rincón de mi ser fue sacudido dejándome salir de mi más profundo letargo.

Abro los ojos pero no veo con claridad. Mis pupilas no enfocan lo que parece moverse a pocos centímetros de mí persona. El corazón atropella mi respiración agitada y una punzada intensa en mi nuca me devuelve a la realidad. Empiezo a perder la calma.

-¡Oye! ¿Te encuentras bien? ¿Me oyes?

¿Qué? Quería decir mi boca pero mi voz no se pronunció.

-¿Te ocurre algo? ¿Quieres que pida ayuda?

- Nno, nno- conseguí balbucear.

La mujer se apartó no muy convencida y se dirigió a la ventanilla.

Un niño agarrado de la mano de su madre, danzaba en una especie de trote y soplaba a la vez un silbato que retumbaba en mi cerebro desnudo. ¿Qué ocurre? No puedo pensar, mis neuronas están bloqueadas y no hay nada… ¿Nada?, no puede no haber nada… es ridículo.

Ahora me doy cuenta de que el dolor de mi nuca es debido a la difícil postura en la que me hallo. Estoy medio tumbado en lo que podría llamarse asiento pero ¿Qué sitio es este? ¿Dónde estoy? No soy capaz de poner en orden mis pensamientos.

Mármol, hierro forjado y bronce, grandes vidrieras que dejan ver la luz de un nuevo día. Gente, mucha gente. Un hombre de unos cincuenta años, con una espesa barba se encuentra rodeado por un grupo de jóvenes que parecen estar esperando instrucciones. Todos llevan bolsas, mochilas y están agitados.

En ese momento entra un chico corriendo y mirándose el reloj. Parece tener mucha prisa. Tropieza con una maleta que alguien ha dejado desafortunadamente en medio de un paso y cae. Se arma un gran revuelo pero en pocos minutos todo vuelve a la normalidad de este caos. Hay mucho ruido, y entre el vocerío suena una especie de timbre musical:

- ¡Ding don ding! ¡Ding don ding!... señores pasajeros el tren con destino Zúrich de las 8:35 efectuara su salida por el andén nº2, vía 12, en breves minutos. Ultimo aviso, tren con destino Zúrich va a efectuar su salida por el andén nº2 vía 13.

¡Dios mío¡ ¡Estoy en una estación de trenes¡ ¿Qué hago en este lugar?¿Cómo he llegado hasta aquí?

Miro hacia el suelo y veo mis pies calzados con una especie de zapatillas deportivas que parecen cómodas; pantalón vaquero y camiseta de rallas azules y grises un poco ajustada. A mi derecha y junto a mis pies encuentro una bolsa de viaje de Ralf Laurent bastante nueva, deduzco que es mía, ya que soy la persona más cercana a ella.

Esto es increíble, no logro recordar nada, tengo mi mente en blanco. Totalmente… ¡Vacía¡¿Quién soy?

Necesito despejarme y ver si esto es producto de un mal sueño.

Tengo miedo.

Consigo levantarme y no me queda más remedio que agarrarme a esa bolsa de viaje que es lo único que tengo, dar unos cuantos pasos y tratar de encontrar un servicio donde pueda mojarme la cara. Me dirijo hacia ellos con un nudo en la garganta ya que estoy a punto de entrar y descubrir quién soy. ¡No hay ni un solo espejo! ¡Esto es increíble!, está bien, me lavo la cara y salgo de allí.

Busco de nuevo el asiento donde estaba pero alguien lo había ocupado. ¡Está bien! ¡No pierdas la calma….! Sigo de pié en medio de aquel bullicio e introduzco las manos en los bolsillos, donde mis dedos perciben algo. Saco una especie de cartón y me doy cuenta que es un billete de tren. ¡Un billete de tren! ¡Así que yo iba a coger un tren! ¡Quienquiera que sea, iba a coger un tren! Pero… ¿Hacia dónde? Vuelvo a mirar el billete y en la parte de arriba a la izquierda puedo leer:

*Día 2 septiembre 2009*

*Destino - Madrid *

*Hora de salida 9:00*

*Anden Nº1 Vía 8

Mi cabeza empezó a ponerse en marcha como una impresora a toda máquina

<2+200-9+900-1+8>

<22-99+1+8>

<2200+9900-18>

En la parte central de la estación había un gran reloj que marcaba las nueve menos siete minutos. Había muy poco tiempo para decidir qué hacer en tales circunstancias.

Mi cabeza estaba bloqueada pero sabía que debía coger ese tren, sí, he de coger ese tren y dejar que el destino marque mis pasos.

Vuelve a sonar esa voz por el megáfono:

- ¡Ding Don Ding! ¡Ding Don Ding¡ Señores pasajeros, el tren con destino Madrid de las 9:00 horas efectuará su salida por el andén Nº1 Vía 8 en breves minutos.

<9-18>

<90-1+8>

<9001+8>

Si, ese es mi tren. Con la bolsa en el hombro me dirijo hacia el andén y espero de pié con impaciencia. Es como si estuviera esperando que sucediera algo, es una sensación extraña, un cosquilleo corre por mi abdomen…

- ¡Ding don ding! ¡Ding don ding! señores pasajeros el tren con destino Madrid de las 9:00 va a efectuar su salida por el andén nº1, vía 7, en breves instantes. Ultimo aviso, tren con destino Madrid va a efectuar su salida por el andén Nº1 vía 8.

<9+00-171+8>

<90-1-71+8>

He de apresurarme si no quiero perder ese tren. Siento que va a llevarme a mi destino; a mi persona, a mi interior, hacia el lugar donde residen mis recuerdos.

¡Ya está aquí¡ ¡Ya se acerca!

Está pasando ante mí esa gran masa de hierro y siento un terror que casi me corta la respiración. Puedo verme intermitente entre vagón y vagón reflejado en las ventanillas que pasan a gran velocidad todavía, pero no logro distinguir claramente mis facciones, solo puedo ver a un hombre de estatura media-alta, delgado y con aspecto juvenil, pero eso solo es la primera impresión que vagamente se va aclarando según el tren va aminorando su marcha. Mi imagen se hace más nítida y se puede distinguir a un hombre de unos 35 años aproximadamente, con una melena corta, ondulada y negra. Barba de 2 días y cansancio en su rostro. Me quedo sin aliento al mirar a ese desconocido de ojos negros y mirada profunda que tengo frente a mí, cuando el tren se detiene al fin. ¡Así que ese soy yo! ¡Es tan extraño!... Salgo de mi asombro que apenas dura unos segundos, justo lo que tardan en abrirse las puertas.

Ya sentado en mi asiento empiezo a pensar en todo lo sucedido que aún no comprendo, estoy tan concentrado en ello que no me doy cuenta de que alguien me habla y solo oigo el final de la frase:

- ….. la maleta?

- ¡Perdón! ¿Cómo dice? –digo sin apenas mirar y saliendo de mi trance.

- Si podría ayudarme a subir allí arriba la maleta. –señaló la mujer que tenía frente a mí.

- Oh, sí. –la coloqué en el compartimento de equipaje y pensé que también debería dejar allí mi bolsa, así que eso hice.

Me dirigí a mi asiento y ya con algo más de calma empecé a hacerme otra serie de preguntas. No me había parado a pensar hasta ahora en qué habría en aquella bolsa. Quizá habría alguna documentación que me identificara, algún efecto personal que me ayudara a recordar, no sé, lo que sí estaba claro era que algo había dentro y seguro que iba a ayudarme a despejar mis incógnitas. Demasiadas preguntas. Solo me quedaba abrir esa bolsa que me estaba volviendo loco. La baje y salí al pasillo con ella para estar solo. Abrí la cremallera y cuál fue mi sorpresa cuando lo que encontré fue una caja grande y pesada que parecía estar hecha a mano con algún material que no sabría definir, el resto eran hojas de revistas y periódicos. ¡Qué extraño es todo esto! –me dije- y sin darle más vueltas decidí abrir esa misteriosa caja.

…¡Una llave!... ¿Una llave? ¿De dónde era aquella llave? Y… nada más. No había nada más. Eso era todo.




Sr. Bénéteau

Sólo sé que no sé nada

*Sabias palabras pronunciadas en el siglo V a.C. por Sócrates, palabras que definen de manera exacta la sensación de alguien que despierta del sueño reparador después de una larga noche en vela, de los efectos de la anestesia después de una operación, de quien despierta sobresaltado en plena fase REM, de un ser que pudiera haberse reencarnado una y otra vez, o de alguien que volviera a nacer. Nacer para el ser humano es el acto por el cual salimos del vientre materno. Pero ¿qué pasaría si alguien renaciera sin salir de ningún vientre materno?, ¿si alguien volviera a una vida que nunca dejó? Si alguien conociera todo pero a su vez no conociera nada. Pues así empieza –o más bien debería decir continúa- la historia del Sr. Bénéteau.*

*¿Cómo, cuándo, dónde y porqué?, preguntas que a la vez que cobramos consciencia del mundo que nos rodea no dejamos de preguntarnos a lo largo de nuestra vida, y dudas que nos llevan a descubrir muchas veces la razón de nuestra existencia. ¿Es feliz un niño que no tiene aún conocimiento para plantearse estas premisas? ¿En algún momento perdemos la inocencia de aquel niño que todos llevamos dentro? ¿Qué pasaría si alguien sólo conociera una de las cuatro preguntas? Al Sr. Bénéteau le estaba a punto de pasar.*

¿Cómo?-es lo único que sé- limpio, aseado, con tejanos azules, cinturón de piel marrón y camisa blanca impecable con un solo bolsillo en el lado izquierdo, con una cuartilla cuadriculada doblada varias veces en su interior. Tumbado en la única cama pegada a la pared de color naranja suave y contigua a la puerta de una habitación de aproximadamente unos nueve metros cuadrados, con una mesita de noche de madera caoba con un solo cajón con un sobre y un abrecartas dorado en su interior, tirador redondo y un armario en la pared contraria de dos puertas y cuatro patas, de estilo colonial y a juego con la mesita. Zapatos nuevos también de piel color marrón y estilo italiano, con calcetines por estrenar y también marrones en su interior, encima de un suelo de losas de color rojizo. Una sola ventana, en el lado derecho de la cabecera y encima de la mesita, de dos alas abiertas, con suaves cortinas blancas meciéndose con un dulce vaivén de la brisa de la mañana que las acariciaba, que parecían haber sido hechas a medida de lo pulcra y limpia que estaba la habitación. Cuándo, dónde y porqué? Fueron las preguntas que no paraban de retumbar en mi cerebro, los tres días y tres noches que recorrí incesantemente todos y cada uno de los rincones de aquella habitación y de mi mente, sin atreverme a salir al exterior para intentar descubrir qué me depararía el destino, una vez me atreviera a cruzar el umbral. Tres eternidades en las cuáles sentí el temor en estado puro, y sin saber a qué. Finalmente, y después de la tercera noche, en la que apenas pude dormir y al despuntar el alba, con mi estómago y mi aseo ayudando al efecto, decidí abrir y desdoblar gran parte de lo que hasta entonces era mi presente e intentar atisbar, aunque fuera una pizca las respuestas deseadas.







Izan

La luz

Sucedió de repente, como si todo estuviese predestinado de alguna manera. No podía creerlo. No era posible. Un escalofriante suspiro inundó toda la sala, que quedo sin remedio alguno a merced de sus primeras palabras.

-La luz... la luz…-

Se podía palpar el dolor en sus mejillas, en sus ojos, en su frente. Sus manos temblaban intentando reconocerse a sí mismo mientras las la grimas, casi sin querer, hacían que aquel momento fuese tristemente único.

Ella permaneció allí, inmóvil, mirándole sin apenas reaccionar. Sólo una tenue sonrisa cansada lograba adivinar el inmenso desahogo que para ella suponía verlo así. Parecía que por fin todo había terminado. Ya nada justificaba su presencia en aquel lugar. Sin mediar palabra se levantó y salió de la sala, aun sonriendo. Unos segundos más tarde cayó desvanecida para no despertar nunca más.


El no cesa de llamarla. Intenta en vano levantarse para mirar por la ventana, a esperas de verla llegar:

-¡Tienen que buscarla, no sabe donde estoy…! Me duelen mucho los ojos… es por la luz…

Su mente no podía comprender que ya no volvería, que se había quedado solo. Yo no podía hacerle entender qué pasaba. Cómo explicarle a la mente de un niño algo que ni yo, me explicaba. Jamás en toda mi vida había tenido conocimiento de un caso similar. Así que me limite a apagar la luz, seguramente para siempre.


JULIA

Seis meses después sólo disponía de un papel con una dirección, un nombre y un teléfono.

Me planté frente al Manhattan restaurant y miré detenidamente la fachada: tenía unos pequeños desconchones por encima del rodapié y un color que insinuaba que un día fue blanco impoluto y lo mancilló el paso de los años, tímidamente, poco a poco y le dio la nobleza del viejo ajado que muestra sus vivencias en los pliegues de su piel.

Reconocí de inmediato aquella voz cuando entre en el restaurante: era un hombre corpulento y alto, con una tez extrañamente clara, que contrastaba aún más con el azabache intenso de su cabellera.

Edgard me miró y sentí que veía a otra persona.

-julia – espetó – eres la primera en llegar, entra en aquella habitación, te preparo algo?- un café – le contesté con soltura aunque en realidad necesitaba algo “más fuerte”.

Me senté cerca de la ventana, en la única mesa que había en la habitación.

Me quedé muy quieta, con los hombros encogidos y me sentí muy sola, pequeña y tímida, sin padre ni madre, sin comunión, sin fiesta de aniversario, sin primer beso…

Solo era julia.





néstor

¿Qué pasaría si un día, al despertar de lo que crees un profundo sueño, vieras que nada a tu alrededor es tuyo?... Ni siquiera tu.

Sólo sé que había niebla en mi mente; lo sabía todo, pero no sabía nada. Era como si hubiese participado en el mundo, salvo que lo había hecho desde las sombras. Todo había sido creado. Todo menos yo.

Burbujas... pompas de jabón que se elevan suavemente en el aire. Son tan delicadas... tan bellas... Viajan a merced del viento, danzando con la música del follaje. Su vida es tan corta... tan breve que casi no la podemos percibir. Así es la existencia... delicada, bella, efímera.

Somos como esas pompas de jabón creadas por un niño pequeño, vivimos a merced de las corrientes, de la lluvia, de la muerte... Estallamos con un 'pop' casi insonoro... sin dejar más huella que el jabón que se secará rápidamente en el frío suelo...”

Desperté de mis pensamientos y busqué el origen de aquellas pompas de jabón que adornaban el parque. Una niña pequeña jugaba a hacer burbujas para correr después tras ellas y hacerlas estallar. Reía sin parar, luciendo unas sonrosadas mejillas, llevaba el pelo recogido en un coletero. Era negro y rizado, brillante y sedoso. La piel era delicada y bronceada por el sol. Una pompa de jabón más en el ir y venir de la vida.

Son tan felices con tan poco...”

Hacia escasas horas que había retomado las riendas de mi existencia; había vuelto a ser consciente en un pequeño bar, no muy lejos del parque donde ahora me encontraba. Eran las cinco y cuarto de la tarde , estaba en Grecia. Tenía, sin saber por qué, nociones básicas de griego actual, así que supuse que me las arreglaría bien, pero no sabía que hacia allí ni cuándo o por qué motivo había llegado a Lesbos. Lo único que podía pensar era que había ido al bar para estudiar algo; me había despertado escuchando el 'tic-tac' del reloj que colgaba de la pared de aquel lugar. Recuerdo como el ruido invadió mi mente, observé la mesa en la que estaba; apuntes y libros se esparcían sobre ella y en un rincón una taza de café ya medio frío esperaba paciente. Pero ahora estaba en aquel parque, observando unas débiles pompas de jabón mientras me preguntaba qué hacía sin ningún tipo de identificación, sin identidad... Intuí que estaba viajando y me sentí como el anciano Néstor, surcando los mares en la nave Argos, alejado de mi patria, de mis familiares, si es que los tenía, así que decidí adoptar su nombre, al menos por el momento. Necesitaba sentir una identidad, aunque solo fuese una inventada.

Había podido contestar a tres preguntas: sabía dónde estaba, según mi lengua materna procedía de un país lejos de Grecia así que intuí mi origen y por último me di una identidad nueva. Pero aún tenía muchas otras preguntas en mi mente y divagué nuevamente, perdiéndome entre las pompas de jabón, bailando al son del viento.



IAGO


¡Sólo una llave! era increíble. ¿Qué es lo que abriría aquella misteriosa llave? ¿Y por qué sólo eso en mi equipaje?

Ya no podía más, decidí volver a mi asiento e intentar no perder la calma. Mis ojos se cerraban y es que eran demasiadas emociones en muy poco tiempo. Tengo que descansar y quizá cuando despierte, todo esto no haya ocurrido. Sí, eso es, todo es un sueño.

Un chirriante frenazo me despertó bruscamente. Miré a mí alrededor y vi que todo el mundo estaba bajando del tren, así que ya había llegado a mi destino. Había dormido durante el viaje pero me vino a la mente todo lo ocurrido horas antes y mi decepción fue grande al darme cuenta de que no había sido un sueño. Seguía siendo un desconocido, que lo único que tenía era una bolsa de viaje llena de papeles y una caja extraña con una llave dentro que no parecía pertenecer a ningún lugar.

Debía bajar del tren. Estiré de la correa para sacar la bolsa de viaje que seguía en el compartimento de equipajes y al tirar de ella, de uno de sus bolsillos cayó algo. Era una tarjetita negra plastificada con una arandela en un extremo que parecía un llavero. Le di la vuelta y pude ver lo que había escrito:

*Terminal 2

303*

De nuevo mi cabeza empezó a procesar:

<2+3-0+3>

<230+3>

<2-30-3>

Terminal 2 parecía ser la terminal de autobuses, por buscar una conexión con aquellos datos. Pero ¿303? No había ninguna vía 303. ¿Qué era 303? A ver, si ese era el llavero que acompañaba a la llave… ¡Ya está! Esa era la llave de alguna taquilla que seguro encontraría en la estación junto a la terminal 2. ¡Claro!

¡Ya había estado aquí anteriormente! ¡Tenía que ser eso! y hay algo en esa taquilla que me pertenece.

Estaba tan nervioso que pasé cuatro o cinco veces delante de las taquillas pero no conseguía verlas hasta que al fin a alguien se le cayó algo muy pesado de una de ellas y esto hizo que volviera a la realidad. Había una serie de celdas alineadas y numeradas. Me fijé en la número 8, y seguí la línea que terminaba en la número 25. La siguiente hilera iba de la 26 a la 50. Quise acelerar mi búsqueda para encontrarme con la taquilla 303, pero solamente había 4 filas que acababan en la taquilla número 100. ¡Ya no había más casillas! ¿Cómo era aquello posible?

<89+355-2-65>

<58+7+10-4>

<100-100+25-3>

Volví a centrarme en los datos del llavero:

*TERMINAL 2

303*

…303… sólo se me ocurría que fuese una taquilla, y si no ¿Qué? En la terminal 2 sólo había 100. ¿No habría más en otro lugar de la estación? Por más que busqué no logré encontrar más taquillas allí.

No sé como mi mente se esclareció en aquel momento, pero… ¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡No era una taquilla en la terminal 2 de la estación de trenes! tenía que ser una taquilla, sí. Pero… no en la estación, sino… En el aeropuerto. ¡Era la terminal 2 del aeropuerto!

Sólo un milagro me puso en dicho lugar y es que para ir al aeropuerto debía atravesar media ciudad y me iba a ser difícil llegar sin un solo céntimo. Pero… he aquí el milagro:

- ¡Esteban! ¡Gracias a Dios! –noté unos golpecitos en mi espalda y me giré aterrado- ¡Oh, perdón! Le he confundido, es que por detrás es usted igual que mi primo, ¡mi esplendido primo! que prometió venir a buscarme para ayudarme con las maletas para ir al aeropuerto y ya veo que me ha dejado colgada. ¡Lo siento! Pero es que siempre me hace lo mismo, ya es la tercera vez que se olvida de mi y es que…

- Si quiere… yo puedo ayudarla. También voy al aeropuerto. –corté a aquella mujer que se atropellaba con sus palabras.

- Pues no sabe cómo se lo agradecería porque es imposible cargar con todos estos trastos. Sí, ya sé, déjeme invitarle a subir conmigo en el taxi y pagar el trayecto. Así al llegar, podría echarme otra manilla ¿no?

- ¡Claro! ¡Claro! –no puse ninguna resistencia ya que aquella era la única forma viable de poder llegar al aeropuerto.

Una vez dentro del taxi, aquella mujer no paró de hablar un solo instante:

- Pues no sabes lo que te pareces a mi primo por detrás, es que sois igualitos, pero eso sí, ya viéndote por delante está claro que no eres mi primo. No sé porque todavía me fio de él, y es que de eso tiene la culpa mi madre, que siempre me está diciendo que no lo trate así, que tenga paciencia. Pero ¿Cómo lo trato? No, si encima seré yo la mala, pero esto ya se acabó, no pienso….

Mi cabeza desconectó de aquel absurdo monólogo. Bastante tenía yo con lo mío, como para estar escuchando a esa mujer alterada. Solo quería encontrar respuestas a todo lo que me estaba ocurriendo.

…Y así es como llegue milagrosamente al aeropuerto.

Ya estaba allí. Ahora solo me quedaba cruzar los dedos y esperar que en la terminal 2 existiera la taquilla nº303.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo cuando mi búsqueda finalizó. ¡Allí estaba! ¡Sabía que tenía que existir! Mis ojos se paralizaron frente a aquel casillero plateado que se encontraba entre el Nº302 y el 304.

¡Al fin! ¡La taquilla 303!

Me acerqué a ella con la llave entre mis dedos y un miedo espantoso por lo que pudiera encontrar allí dentro; aunque también cabía la posibilidad de que aquella llave no fuera de aquel lugar, pero yo quería creer que sí, así que, introduje suavemente el metal en la cerradura y esta no tardó un segundo en ceder al movimiento de mi muñeca y…. ¡Se abrió!

¡Una maleta! ¡Allí había una maleta y un sobre!

¿Qué debía abrir primero? ¿La maleta? ¿El sobre? No dudé un instante. Cogí ambas cosas y me dirigí a los servicios de nuevo y allí con el corazón a ritmo cardíaco y la respiración casi nula, abrí aquella maleta.

- ¡Esto es… una túnica! –dije en voz alta y a la vez enmudecí.

Una túnica y unas sandalias. ¿Eso era lo que encerraba aquella maleta?

No perdí un instante en abrir aquel sobre y ¿Qué fue lo que encontré? Un pasaporte, un billete de avión y 300 euros en efectivo. Un vuelo destino ¿Tel-Aviv?

En aquel momento decidí no volver a preguntarme nunca más qué estaba pasando, decidí seguir mi destino, que por alguna razón parecía seguir su curso.

Dudé un segundo antes de abrir aquel pasaporte que resolvería mi identidad. Al fin iba a descubrir quién era en realidad.

- …¡Iago! -Pronuncié en voz alta. Mi nombre es Iago. ¡Iago! ¡Iago!

No podía dejar de repetir mi nombre. Y nací en Shezaf, así que… ¡Soy Israelí!

Shezaf, pueblo situado en la región de HaDarom con 6973 habitantes.

Pensé que al llegar allí tendría algún tipo de recuerdo pero no fue así. Me dirigí a la dirección que indicaba mi pasaporte, con la vestimenta que encontré en la maleta y me encontré frente a una casa en ruinas que parecía haber sido reconstruida. Una puerta que ni siquiera hacía la función de puerta, una casa que se desmoronaba tan solo con mirarla, y, una persona que al verme, salió rápidamente y se arrojó a mis brazos repitiendo una y otra vez mi nombre.

Ese hombre, con los ojos muy abiertos, que no dejaba de zarandearme y hablarme casi a gritos, no podía creer que no lo reconociera. Lo curioso fue, que en todo momento me hablaba en un idioma que yo entendía perfectamente. ¿Cómo explicar algo que ni yo mismo podía creer que estuviera sucediendo?

Ya dentro de la casa y con más calma me reveló algo que me dejó sin palabras:

- Aquella noche, estábamos todos. Fue espantoso. El techo saltó por los aires, la casa entera se vino abajo y después de lograr desenterrar parte de mi cuerpo que había quedado atrapado bajo los escombros, me di cuenta de que Ima, Danna y el pequeño Meretz habían quedado sepultados. Bensahar y Kedma, salieron expulsados por la onda expansiva de aquel atentado. Salí de allí a rastras y vi el desastre en varias manzanas. No se aun como conseguí sobrevivir a aquella catástrofe. Rastree como un loco y conseguí desenterrar como pude a los demás. todos muertos. Pero tú… tú… no estabas en ningún lugar. Te busque Iago, no sabes cómo te busque. ¿Dónde has estado hijo mío?

No pude articular palabra. Enmudecí. Aquella situación me dejaba aun más desorientado, mas perdido, si aun era posible. Tenía frente a mi a alguien que decía ser mi padre, que acababa de encontrar a un hijo perdido en una explosión provocada por un atentado. ¿Qué podía hacer?

Solo después de haber dormido dieciséis horas seguidas y recuperar mi integridad física, pude hablar con aquel hombre al que seguía sin reconocer.

Quizá debería empezar de nuevo, es posible que estuviera allí por alguna razón, al menos, alguien me conocía. Pero el destino volvió a jugar conmigo.

Días después, mi propósito era reconstruir aquella casa que se estaba cayendo abajo. El señor Mahir, que así decidí llamarlo, ya que no sentía aún ese lazo que nos unía, intentó arreglar como pudo aquellas ruinas pero era un hombre mayor así que lo menos que podía hacer por él era intentar que tuviera un lugar digno donde vivir.

Como todas las mañanas, me dirigía a la librería Efraim Sherfaty, siempre con la misma pregunta en la cabeza. ¿Cómo llegue a aquella estación de Barcelona? Después de lo ocurrido aquella fatídica noche; a tantos y tantos quilómetros de distancia. ¿Qué ocurrió en ese tiempo? Llegué sin más, sin heridas ni recuerdos. Es algo que me atormenta, algo a lo que no puedo darle una explicación lógica.

La única forma de librarme de esos pensamientos era acudir a la librería del señor Sherfaty. El me prestaba libros a cambio de hacerle de vez en cuando alguna entrega a domicilio, así no cerraba la tienda. Fue en uno de esos libros prestados donde lo encontré. Abrí la primera página y allí había un sobre a mi nombre. Primero pensé que era del señor Efraim, pero al leer aquella nota, me di cuenta de que no podía ser de él. ¿Cómo llegó aquel sobre allí?, tampoco lo sé. Según Efraim, entraban y salían libros todos los días; cualquiera podía haberlo dejado allí.

Leí mil veces aquellas líneas:

“Ve al Manhattan Restaurant de Barcelona, a la fecha y hora indicada. Allí encontrarás respuestas.”

¿Era eso posible? ¡No podía creerlo¡ Faltaban casi seis meses para aquella cita, y además debía volver al lugar de origen, pero, al fin, parecía que alguien iba a revelarme todo aquel misterio.


3 comentarios:

  1. Genial! Ya quiero conocer al resto de los personajes y saber cómo se va entrelazando su destino.
    No dejéis de escribir!

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  2. Es una buena idea. Te ánimo a continuar escribiendo la historia. Estaré pendiente y la iré leyendo conforme vayas actualizando el blog.

    Saludos
    Erika

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  3. Los personajes ya tienen vida, ya están despertando... ¿qué les espera? ¿qué les llevó hasta allí? Intuyo que lo mejor está por venir...

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